lunes, 12 de septiembre de 2016

PASODOBLE




Don Anselmo es un hombre calvo, rechoncho y de blanca piel, que vive en su mundo de orden donde cada cosa tiene su lugar. Y no soportaría que nadie alterara esa armonía suya, ese orden perfecto que le permite una vida tranquila y sin sobresaltos, y del que se siente tan satisfecho.

Hace años que Don Anselmo se instaló con su hermana, que parece un calco suyo pero con pelo, en el Barrio de Salamanca, cerca de la Plaza de Toros, en un piso amplio y oscuro, lleno de sombras, de  santos y de fotos de toreros. Ella vive para él, le complace en sus demandas y nunca le lleva la contraria porque sabe de su tozudez. Nadie conoce su procedencia exacta pero se sospecha que de la misma provincia peninsular que lleva el nombre del barrio. Podrían ser hijos de un rejoneador del bando nacional muerto en la Guerra, y de ahí les  vendría su afición por la Fiesta.

Al parecer sus padres murieron a manos de los rojos y tuvieron que criarse  en orfanatos religiosos, hasta que un tío materno militar se los trajo a la isla y se ocupó de ellos.

Viven con unos horarios estrictos y extraños a los ojos de la gente, aunque todo el mundo los respeta y tiene en buena estima por ser personas educadas y correctas.

Don Anselmo siempre tuvo sus manías, en fin, cosas suyas. Por ejemplo, lo primero que hace cuando se despierta es meterse en un baño bien caliente y afeitarse todo el cuerpo. Sólo respeta cejas y pestañas. Su hermana dice que es únicamente otra de sus rarezas, pero hace años que mantiene la costumbre de rasurarse cuidadosamente porque empezó a tener fantaseos repugnantes con su  pelo, y le da asco..., aunque él no habla nunca de esas cosas.
Luego se pasa la tarde en la mesa camilla con varios montones de cartas haciendo juegos de mano,  viendo videos de partidas de póker y tomando café. De vez en cuando hace algún comentario al que su hermana siempre responde con el mismo comportamiento, hace una risita tensa, dice, sí Anselmo, y a continuación bebe un buchito de café con el meñique estirado. Luego le sigue acompañando en silencio mientras hace croché, porque él dice que no sabe estar solo si no está acompañado. Echan las cortinas y entonces la casa se queda en penumbra y se llena aún más de un olor mohoso y viciado.

Al final de la tarde a Don Anselmo le gusta escuchar sus viejos discos  de pasodobles toreros, y juega a dirigir la banda haciendo volar sus cartas con destreza al ritmo de la música, y corea los olés con entusiasmo. Y rememora aquellas corridas de las Fiestas de Mayo, El Cordobés, Antonio Ordóñez, los Peralta, y los locales, Currito de Las Caletillas, el gran Pedrucho, qué tardes gloriosas, siempre vivas en su memoria.

Ya de noche, a las once en punto, sale de casa vestido como un caballero, toma un taxi  y se va al Casino a trabajar. Allí juega a las cartas hasta casi el amanecer como jugador profesional de póker. Quienes le han visto jugar dicen que se toma muy en serio su trabajo, es capaz de agotar la paciencia de sus contrarios, los desespera impasible mientras amontona apuestas o mantiene un farol. Cuando llega de trabajar, o sea de jugar, ya amanece, y su hermana le sirve la cena mientras ella desayuna. Luego él se duerme hasta las dos de la tarde y cuando despierta desayuna mientras su hermana almuerza. Y por la noche cuando se va al Casino a jugar, o sea a trabajar, almuerza mientras su hermana cena.

Dicen que Don Anselmo detesta a los maricones, que cada vez que se los nombran, o ve a uno, sea en la tele o en la calle, se pone enfermo. En una ocasión en que paseaba por La Rambla, como siempre con su hermana, vio venir a un maricón contoneándose, mírale, ahí viene uno de esos guarros reviéntaculos, deberían fusilarlos a todos, pellejas de mierda...
El maricón le oyó y se le quedó mirando, se acercó a Don Anselmo y le dijo, caramba, no te acuerdas de mí?, hace algunos años ya... no vives aquí cerca en el Barrio de Salamanca?, sí hombre, que tenías un salón con fotos de toreros, y una habitación con una cama dorada y un gran rosario en la cabecera, yo nunca olvido a un cliente, te acuerdas ahora?, no fue en esa cama donde me desnudaste?.
Pero Anselmo por Dios, qué dice este hombre, de qué lo conoces Anselmo?, preguntó angustiada su hermana.
Cállate tú, yo a este no le conozco de nada, te enteras?, de nada...
De nada?, no se te refresca la memoria?, si la tenías tan chica que casi no te la encuentro, ja ja ja ja...
Y tú maricón de mierda, lárgate porque te mato, me oyes, te maaato, maricooón, me cago en tu puta madre, maricooón...
Ay Dios mío Anselmo, que te pierdes Anselmo, Anseelmooo...

La gente se arremolinó a ver qué pasaba, pero Don Anselmo, rojo de ira, se negó a dar explicaciones y desapareció con su hermana, mientras aquel hombre amanerado se alejaba mirando atrás y sin dejar de sonreir con sus ojos burlones.

Su hermana nunca más le habló de aquello y desde entonces viven como si jamás hubiera pasado, casi en silencio y sin salir, salvo a las misas de siete y al Casino.

Dicen que Don Anselmo tiene cara de póker porque nunca se sabe si es feliz o desgraciado, qué está sintiendo o pensando, como si tuviera miedo a que le descubrieran un buen juego, como si su vida fuera una deformación profesional.


Se sospecha que puede haber amasado una pequeña fortuna, pero vive de forma tan austera como un discreto jubilado, encerrado entre sus cuatro paredes, formando pareja estable con su hermana, redonda, breve y de carnes pálidas como él, que hace largas tiras de croché para acompañarle cada tarde, mientras él repite, como un ritual, sus mejores olés dirigiendo  la orquesta.



No hay comentarios:

Publicar un comentario