Rodrigo se
pasó la mañana mirando con desespero el reloj. Atendió distraído a los clientes
del banco sintiendo el descontrolado
galopar de su corazón como un recordatorio permanente. Hoy no podía llegar
tarde, de ninguna manera, no quería perderse ni un minuto de aquel encuentro,
no señor, a la mierda el banco y sus clientes, se iría, ya lo creo que se iría,
nadie ni nada lo iba a detener.
A las once
menos cuarto quiso salir disparado, pero el Director estaba al acecho. Le veo
muy nervioso, y se está tomando usted
estas últimas semanas más tiempo del que le corresponde para desayunar,
o acaso cree que no me he dado cuenta?. Rodrigo no podía mirarlo a la cara,
intentó justificarse pero sólo le salió un balbuceo incoherente. Supongo que no
hace falta recordarle que debe usted cumplir con su horario. Sí señor, lo
tendré presente, contestó en voz baja antes de
escabullirse y lanzarse Calle
Castillo abajo como un surfero en la cresta de una ola.
En diez
minutos se plantó en la terraza del Olympo y cuando probó el primer buche de
café daban las once en el reloj del Cabildo. Confirmó la hora en su propio
reloj y oteó el horizonte de la plaza. Tuvo aún unos minutos para pensar, era
joven pero sin embargo con treinta años ya se sentía viejo, como si la vida
hubiera pasado sin darle la oportunidad de disfrutar, no se veía ambicioso, tal
vez no tenía talento para aspirar a algo mejor en el vivir rutinario que
llevaba, o era demasiado tímido. En el
banco no paraba de hacer cursillos, pero sin motivación... en fin, no
creo que ninguna mujer se pueda interesar por mí, no sé...
Cerca de
allí Amanda bajaba por Angel Guimerá.
Como elegante leona se mueve con aires de pasarela. Se ondula en la
brisa y se balancea su minifalda multicolor
que simula sus escasas caderas y muestra unas piernas delgadas cubiertas por
ajustadas medias negras. Cubre su pecho atablado con una blusa oscura y
chaqueta abierta a juego, que muestra un tostado rectángulo abdominal adornado
por un piercing anclado al mismo brocal del ombligo. En entretenida charla con
su móvil hilvana una retahila de marcas, precios y diseños exclusivos. Sus
labios húmedos se hacen agua en las
comisuras. Sonríe, masca chicle y hace caídas de párpados como tiernos
desvanecimientos mientras su mano libre juega con las ondulaciones de su melena
color miel. Pasado el Teatro, cruzó por Cruz Verde y se dejó llevar por la
corriente de la Plaza La Candelaria hasta la terraza donde él la esperaba.
Ambos se
hicieron los sorprendidos, ella con soltura, él acogotado por la timidez. Al
sentarse ella lo rozó con su pierna y él se estremeció como si hubiera recibido
una descarga eléctrica. Pidió un café y mientras el camarero atendía le contó
algo sobre una clienta de la Peluquería, luego
un nuevo capítulo de sus aventuras amorosas, sabes que conocí anoche a un tío?. Lleva un
mes contándome estas cosas, por qué?. Él trataba de contener la tensión con
rigidez mientras la miraba a los ojos, o aprovechaba como siempre algún
resquicio para mirar su pecho, sus muslos, su entrepierna, para adivinar su
cuerpo debajo de aquellas telas vaporosas. Ella le daba detalles morbosos, y él
se embriagaba con sus palabras, con su perfume, por qué le excitaba tanto
aquella forma de tocarse el pelo?, y le seguía contando una vez más sus juegos
eróticos de la noche anterior, él no sabía cómo ponerse, experimentaba todo
tipo de sensaciones, por qué me cuenta esto, con esa naturalidad, y ese aire
distraído, por qué?, todo en ella es tan voluptuoso, cómo la deseo, se lo
digo?, no, no puedo, no puedo... Y entonces él me dice..., pero claro, si yo lo
acababa de conocer..., pero tío, qué te has creído... bueno, total que
terminamos... ja, ja, ja ... se reía ella, con aquella boca jugosa, mostrando
sus dientes blancos lechosos, y a él se le iba la cabeza, y hasta se
mareaba, la codiciaba, se sentía feliz
sólo con verla, con oírla, pero triste al mismo tiempo porque su hermosura le
hacía más consciente de su vida miserable,
se descontrolaba, intentaba corresponderle con una sonrisa y se quedaba
en un rictus, se sentía torpe, quería
huir pero no podía dejar de contemplarla.
Y ....
mañana te vas... Sí tio, por fin, dos
semanitas de vacaciones en Barcelona, y el concierto de Los Rolling... Pero,
entonces ya no nos vemos hasta... Ya no nos vemos hasta mi vuelta tío, ja, ja,
ja, rió ella con ganas extendiendo sus brazos arriba. Oye, me voy, que dejé a
una señora en el secador y la voy a encontrar tostada, un beso, muac, muac,
hasta la vista, pásatelo bien...
La vio
alejarse alelado, la perdió de vista sin poder reaccionar, sus hombros se volvieron plomizos y sintió
cómo se precipitaba en la melancolía. Recordaba con claridad la primera vez que
la vio entrar al Banco, tenía los ojos dulces y llevaba el pelo de seda
recogido con un lazo rojo, lucía una
piel nueva, una sonrisa radiante, y era tan hermosa... Miró su taza manchada de
carmín, la tomó y la llevó a sus labios, puso su boca donde antes estuvo la de
ella, aún conservaba su perfume. Luego miró su sillón y le pareció sentir allí
la huella cálida de su cuerpo aún latiendo. Tiró sus llaves al suelo, se agachó
a recogerlas y con disimulo restregó su nariz, su boca, su cara toda sobre el
asiento buscando el aroma excitante de su sexo. Al volver a su sitio se dio
cuenta de la hora. Mierda, oye, me
cobras por favor?.
Subió la
Calle Castillo con la pesadez de su revoltura; no paraba de reprocharse el no
haber sido capaz de decirle nada, cómo le torturaba aquella lucha interna,
quería dejarlo todo, ir tras ella; estaba trastornado, atrapado en un remolino
de emociones, no sabía si gritar, destrozar algo, cometer algún acto
irracional; su corazón seguía golpeándole el pecho como un martillo y una
fuerte excitación lo llevó a encerrarse en el baño del banco a buscar alivio.
El Director
lo vio llegar mientras hablaba por teléfono, miró el reloj y puso cara de
disgusto. Cuando colgó se dirigió al baño y golpeó con firmeza la puerta.
Rodrigo, haga usted el favor de salir... No, se oyó desde el interior. Le digo
que abra la puerta, no sólo se toma usted el tiempo que le da la gana para
desayunar, sino que ahora se encierra en el baño... Que no, se oyó con más
rotundidad. El Director pegó su oído a la puerta y creyó distinguir un gemido
de placer. Pero Rodrigo, se puede saber qué está usted haciendo?, le ordeno que
abra esta puerta inmediatamente, Rodrigo, Rodrigo...
Ya algunos
empleados se habían acercado al baño atraídos por las voces del Director cuando
Rodrigo abrió la puerta. Se arrancó la corbata, tomó aire ensanchándose y con
una sonrisa de oreja a oreja les dijo, váyanse a la mierda.
Se lanzó a
la calle y entró en la primera agencia de viajes que encontró. Si, ida y
vuelta, dos semanitas en Barcelona. Se carcajeó y agitó los brazos arriba en un bailoteo.
Estaba decidido. Se marchaba a ver a Los Rolling.
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