Papá Noel se
ha colocado bajo uno de los arcos de piedra de la galería de acceso a unos
pequeños almacenes. Sentado en una silla
purpurina y en medio de un rectángulo de papel plata, aparece iluminado por un
aura enristrada de bombillitas multicolores que parpadean al ritmo de un
villancico orquestal, Lo Divino-mix, lanzado a todo volumen por un radiocasette
camuflado bajo su asiento.
De vez en
cuando mete la mano en una bolsa de caramelos corrientes situada a su derecha y
los agita en el aire sin mucha maña,
tentando alguna mirada infantil. Con
desgana muestra una sonrisa poco afortunada que deja entrever negras oquedades
entre sus dientes.
Lo acompaña
una figura alargada con chaleco de piel y sombrero, un tipo de mirada dulce y
rasgos melancólicos que desde una esquina del papel plata oferta, con acento
porteño, inmortalizar la escena con una polaroid.
La noche se
ha echado ya desde hace horas sobre una calle San Sebastián semidesierta y el
escaso personal que sube y baja pasa asombrado ante aquel retablo estridente
que pretende funcionar como reclamo.
Una piba de
pelo milimétrico aprisionada en un vaquero muy gastado y estrecho minipul que
muestra su ombligo, baja arrastrando a un cincoañero hiperactivo que al llegar
al retablo frena sobre sus talones estirando el índice en dirección a la mano
rebosante de caramelos. Rayco,
haserfavor... dice la piba mientras tira de aquel berrinche.
El fotógrafo
se ajusta chaleco y sombrero, se acerca sonriente al forcejeo y ofrece la
instantánea. La piba coge una calada ansiosa del último
cigarro que le queda y lo mueve entre sus dedos de uñas comidas, lo mira y le
suelta, chacho, tas loco?.
El porteño
se da cuenta de que aquel cuerpo adolescente arrastra mucha vida, por lo que el
regateo es corto y cede al ombligo sin dejar de sonreír.
El niño se
acerca al trono improvisado, agarra el puñado de caramelos y lo engulle voraz
en las rodillas de Papá Noel, mientras este le señala la polaroid. El fogonazo del flash parece excitar al
chiquillo, que se agarra a las barbas blancas pidiendo más. Las barbas se liberan poniéndolo en el suelo
y se justifican ante la madre mostrando la bolsa medio vacía y la mucha noche
que queda.
La muchacha,
con el cigarrito en los labios ladea el cuerpo mientras hurga con dificultad en
la estrechez de sus bolsillos, ñoh joder.
Al fin saca
unas monedas y las entrega a la figura alargada que la despide caballeroso, le
da la foto y se toca el ala del sombrero.
Taluego, responde ella con sequedad.
Casi es
medianoche y el retablo languidece entre bostezos. Hasta el villancico se vuelve un llanto
sinuoso falto de pilas. La espera es
inútil en mitad de la calle vacía.
Una enorme
bolsa de basura se traga el atrezo.
Luego las dos figuras descienden la calle iluminada en la soledad de la
noche, cargan la silla y la enorme bolsa negra.
Frente al Mercado toman el puente y desembocan en Miraflores. En La Granadina les recibe un africano,
felínavidá colega, si tú quere cosa buena tú pide a mí... el porteño entra,
pide una botella de sidra y saluda a unas caras conocidas. Llama la atención por su altura, su sombrero
y una funda abultada que le cuelga de un costado.
Un tipo
corpulento y de aspecto primitivo cubierto con gabardina y gafas negras entró
en el bar. Oteó desde la puerta y se
dirigió al argentino, jefe, jefe, documentación...
Éste se
volvió y respondió, buenas noches agente, aquí tiene... las gafas negras lo
miraron sorprendidas y la boca, tensa y temblona, contuvo un duro
reproche. Después de observar sus
documentos le señaló la funda, qué lleva ahí?, póngalo todo encima de la mesa.
El argentino
dejó el bulto sobre la mesa y el policía, quitándose las gafas comenzó a
examinar la funda. La abrió, sacó la
cámara y la exploró con el ceño fruncido.
La agitó junto a su oído, la acercó a sus ojos y manipuló sin querer el
disparador. El flash estalló como un relámpago en su misma cara; el susto lo empujó hacia atrás dejando caer
la cámara sobre la mesa. Ciego dio un
salto y se apostó en medio del recinto; se llevó las manos a la sobaquera y
gritó, que nadie se mueva... que nadie se mueva..., mientras sacudía la cara
nervioso trataba con desespero de recuperar la visión.
Un murmullo
como de enjambre llenó el local.
Se callen coño,
se callen he dicho... gritó la boca temblona mientras la gabardina reculaba
buscando la salida.
En su
atolondrada escapada no vio el escalón de la puerta, su pie rebasó el filo y
flotó un segundo; luego el cuerpo cayó de espaldas sobre la calle. Presa del pánico el policía se arrastró hasta
conseguir levantarse, intentó correr, dio vueltas sobre sí mismo, sacó la
pistola e hizo varios disparos al aire.
Traspuso en una esquina con cara desencajada y perseguido por el eco de
las risas.
Agotadas las
carcajadas y unos cuantos canutos, el porteño sale con la botella de sidra a
reencontrarse con Papá Noel en la segunda planta del edificio en obras en donde
pasarán la noche. Desde allí contemplan
el panorama, pequeños corrillos que
fuman y se miran; tipos que trapichean
mientras se rascan y se mueven con prisa, que van, que vienen; coches que pasan
lentos conducidos por sombras que buscan; muchachas que aguantan las esquinas entubadas en
minifaldas a culo descubierto; travestis exuberantes que patean las aceras con
cacareos escandalosos...
Yo no sé vos
pero pa mí una Pascua sin joder no es Pascua, dice el porteño mientras se
enjila un trago de burbujas.
Luego
desciende a la calle y se dirige a una oscuridad en la que se ampara una sombra
esquinera que intuye negociable. Cuánto es la cosa?. Cincomir... y la cama. No
me lo podés dejar en dos quiniento?
Chacho, tas loco?...
El porteño
se sorprende y luego sonríe tocándose el sombrero. Caramba, sos vos... y el niño?.
Se
encaminaron a una casa cercana. Subieron
una escalera que era como un túnel y
tocaron un timbre mugriento.
Abrió una señora con pinturas groseras en la cara, los condujo a través
de un pasillo hasta una habitación donde les pidió el dinero por
adelantado. El habitáculo tenía las
paredes cubiertas de un papel florido y ajado, y una cama de matrimonio con una sábana. Al lado de la puerta un grifo goteaba sobre
un lavabo en el que se apoyaba un rollo de papel higiénico. Arriba un espejo salpicado desde cuyos
extremos avanzaban huellas de deterioro y sobre el que alguien había escrito
“viva Senegal”.
Después del
alivio el porteño la invitó a fumar.
Cómo es que yegaste a esto?, preguntó dulzón.
Ella aflojó
y le resumió su historia. Se había hecho
puta por culpa del latín.
Fue al
instituto aunque pasaba un kilo de estudiar.
Lo suyo era la placita y los colegas, sobre todo salir de casa y no oír
a la vieja.
Un día
hicieron una excursión a Las Cañadas con el de Ciencias, un pibito godo por el
que todas estábamos fritas. Se perdieron
el de Ciencias y ella. Sedientos y cansados se tumbaron bajo las retamas.
Él le
masajeó los pies mientras le nombraba científicamente la flora local. A ella se le aceleraba el corazón cada vez
que le escuchaba lo de zonchus, euforbia, ceropegia..., así la deslumbró y la
sedujo, con su labia, cantándole latinajos al oído mientras la desnudaba y le
retorcía su lengua clásica como un tornillo dentro de la oreja.
Terminaron
enredados en un revolcón sobre las
tierras volcánicas.
Tiempo
después la vergüenza de su preñez la hizo dejar el instituto, la vieja se
volvió insoportable y el godo cambió de destino. Y aquí estoy, sacando lo que
puedo, par pibito, sabes?
Concluidos
cigarro e historia, regresan al punto de partida. Allí se despiden a pie de obra. Suerte, dice él, taluego, se despide ella.
Esa noche el
porteño evocó su infancia, se le agrandó la melancolía y hasta derramó alguna
lágrima. Por tanta ausencia. Y soñó con el niño que fue, con sus juguetes,
su pistola, su primer coche de policía, cuando apagaba las luces de la casa y
la recorría toda...ninoninonino...; y hasta sintió el pinchazo en la espinilla
de la pata del sillón de papá, es la pata del sillón de... Policía, vaigan
levantándose hagan er favor.
Entreabrió
los ojos... luces de sirena iluminan la obra... vaigan levantándose hagan er
favor.
Un uniforme
enguantado lo agarra de un brazo, lo levanta de un tirón y lo arrastra hasta la
luz de la calle. No es un sueño. Amanece.
Buenos días,
le dice melódica una señora uniformada mientras le entrega un papel. Si tiene algún problema acuda a Servicios
Sociales...
Mientras se
aleja sigue oyendo como un incomprensible eco el mismo estribillo. Buenos días, si tiene algún problema...
Se sentó en
la acera y se aguantó la cabeza con las manos.
Las sienes le latían. Iba a
vomitar.
A media
mañana un comando municipal vigila la tapia levantada en la entrada de la
obra. La acera es un hormiguero de tipos
y tipas con los cuerpos colgando que entonan una queja monótona.
La silla
purpurina y la bolsa negra caminan ya rumbo a una pensión. Allí, sobre la cama cuentan los caramelos y
reponen las pilas.
Esta noche
montamos el kiosko en plena caye Castiyo; nos vamos a forrar ché, nos vamos a
forrar...
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