Tenía 15
años, los ojos como la mar en un día claro, la piel como el agua y un rostro
suave e inocente que se turbaba cuando él la miraba. Porque aún siendo una niña a Merche la
deslumbró Tato, el héroe del barrio, el rey de la placita, aquel espacio breve
con su árbol raquítico, sus bancos desmembrados y su kiosko siempre abierto, el
territorio limitado al que miraban, vomitando reggae, las ventanas de la
barriada, suburbio sin pasado y sin futuro, que ardía en los altos de la ciudad
en las noches calurosas de su eterno verano.
Rastaman
vaibreison yea, positiv,... livin yu guana liv...
Porque
Merche odia al padre que se fue, y a la madre que está pero no está, ocupada en
sus propias ansiedades. Merche siempre
sola perteneció a aquel territorio en el que, sin darse cuenta, se transformó
su cuerpo de niña en otro cuerpo delicado y esbelto, y Tato sintiéndose hombre,
la miraba superior, vacilón, le picaba el ojo, le tiraba lengua, y ella no
sabía pero entendía, y Tato de risas con los colegas, el reggae, los canutos y
las risas. Aaaah, reguei miusic... güi
guan tu bi fri... oh yea...
Y así se le
acercó un día, qué pasa pibita, quieres una calada?, y le puso el primer porro
en la boca, y ella puro corazón desbocado, enfermo de amor, fumó y sintió
aquella embriaguez flotante, como un sueño, y la piel al sol, tan tierna que se
tocaba y se reía, y entró en el coro de las risas de los colegas, de la misma
placita de niña, y abría los ojos y empezaba a ver por los de Tato, su seductor
deseado, su ídolo narciso. Y Tato la
invitó a una garimba en Las Gaviotas, los dos en la Vespino, con las risa y el
aire en la cara, Merche, la melena de miel volando al viento, como la hierba
tierna, abrazada a él, los ojos encarnizados ciegos de amor, tan niña, a donde
tú me lleves Tato, a donde tú me lleves...
Y él la
adoptó, la llevó y la trajo, y en medio la desvirgó, tenía er coño como er
gollete una botella, mano..., y el ja, ja, ja, los canutos, los colegas y las
risas, Tato, el rey de la placita, se sentía más grande cuando la iniciaba, más
dueño de su territorio, y más atrevido, ante su hembra, su Merche, su niña tan
niña, te haces un canuto, Tato?, y fumaban y después su piel lo buscaba, y ella
lo sentía tanto y tan dentro, ay Tato, qué cosas me haces, y él se sentía
grandioso en su placita, aquel mundo de baldosas grises que él recorría
exhibiendo sus tatuajes, con su cielo rectangular, con su kiosko siempre
abierto, con sus bancos mutilados donde los cuerpos gomosos se ajustaban bajo
el sol del mediodía, entre bostezos, desperezos y escupitajos, dominados por el
aliento perezoso del reggae, por su cadencia de solajero, por las bocanadas de
aquel humo espeso, algodonoso, que hacía todo más dulce.
Merche, trae
unas cervecitas. Y Merche, sí Tato. Y
las palabras se arrastraban en las bocas pastosas.
Uh, yea,güi
yamin, güi yamin, güi yamin in de neim of de lor, uo, uo...
Y la policía
sudorosa bordea la placita, en su coche lento, sobre el asfalto derretido,
oteando con desgana desde sus gafas negras, contagiados por la misma cadencia
hipnótica.
Tato
descamisado y hermoso, piel morena, pelo negro y rizado, sonrisa juguetona bajo
pómulos salientes, les bailaba, les fumaba, provocón. Y los colegas lo admiran, y se tapan las
risas, y Tato se contonea, se morrea con su Merche, y el ja, ja, ja,... pasa el
porro mamón... ja, ja, ja,...
Yea, ai shot.de sherif, bat ai diden shot no depiuti, ah no no...
Y la vida
iba tan rápido, tan deprisa, tan al borde del abismo, y Tato la apuraba
poniéndose ciego, y gozaba colocado, palicoso, haciendo planes de futuro,
esperando el golpe de su vida, enredándose más y más en su presente, y Merche
lo escuchaba en sus interminables paliques, y lo seguía, mientras él se chutó
su primer pico, y se fumó sus boliches, y trapicheó en la placita, en el
barrio, y más allá, y Merche con él, y él no sabía que no sabía querer, sino
que lo quisieran; ¡Maaaa! Y su madre lo miraba seducida, dime mi niño, y así
creció bajo la mirada almibarada de su madre, y Tato dejándose querer, y la
vieja se lo creía todo, hasta que dejó de creer, hasta que dejó de negar lo que
la vida le ponía delante.
Un día vino
la policía y le habló del atraco, que mi niño no fue, ay Dios mío, que yo lo
conozco y les juro que er no fue, su hijo es un chorizo y un yonqui de mierda
señora, y Tato detenido, y Tato en Tenerife-2, y Merche lo vio detrás del cristal,
en aquel cubículo, yo te espero Tato, de verdad que te voy a esperar, y el bis
a bis con su Merche y con su madre, que te juro que yo no fui ma, y su madre
dudaba, Tato, dime la verdad mi niño, no me hagas sufrir más, por qué estás tan
flaco Tato?, tú no andarás metido en droga?,
con lo que yo he pasado por curpa de la bebida de tu padre y ahora esto
Tato, que me he pasado la vida fregando escaleras pa sacar palante a la
familia, Señor... Y Tato, pero ma, déjate de boberías...
Y de repente
Merche preñada, la niña preñada, y Tato en la cárcel, y su madre, ay Dios mío,
y ahora una criatura. Y Tato que sale,
ma, necesitamos un cuartito pa vivir Merche y yo con er niño. A ver cómo nos arreglamos mi hijo, coge
fundamento, tu padre te buscó un trabajito.
Y Tato empezó, pero después salía de noche y a la mañana siguiente no se
despertaba, y su madre queriendo arreglar lo que ya no tenía remedio, ay Dios
mío, las amistades me lo tienen echadito a perder, y Tato le quitó el oro, y el
vídeo, y la chaqueta de cuero, y los pericos, y todo se lo picó, se lo fumó, se
lo tragó, y ya nada era suficiente para él; venía gente extraña a decir que
Tato debía dinero, que le habían prestado, que no devolvía. Y su madre buscó ayuda pero nadie la pudo
ayudar. Y Tato delgado, con los ojos
hundidos, desesperado, ma, por Dios ma, te juro que es la úrtima vez que te
pido dinero, te lo juro por er niño. Así
encontraba razones para hacer de cada petición la última, y el dinero volvía a
desaparecer, y él volvía al mismo desespero.
Y su padre, vete de esta casa, estás matando a tu madre, lárgate
cachocabrón porque te voy a matar.
Y Tato que
se va, llorando, y su madre, toma Merche, pa la leche der niño, y si te hace
farta una compra yo te la hago, mi niña, que la comida no quiero que te
farte. Y se van a un pisito de los
abuelos de ella en el Barrio La Salud, en verdad un cuartito en la azotea, un
rectángulo estrecho prestado unos meses, hasta que él consiga un trabajo. Como tantas veces le contó lo bien que iban a
estar cuando saliera aquel negocio, que sí, Merche, que ya verás, tengo un
bisnes entre manos con un colega, vamos a dedicarnos a pintar, pero nada de a
jornal, sólo por presupuesto, sabes? pa
hacer dinero piba, pa hacer dinero. Que
no hay nada pa comer Tato, yo no le pido más a tu madre, ni a la mía.
Y Merche se
va a repartir banderitas canarias por las calles de Santa Cruz, pequeñas
banderas adhesivas que pega en el pecho de la gente pidiendo la voluntad. Prefiere las banderitas a vender pañuelos o
bonolotos, son rápidas y cómodas pa colocar.
Puede repartir quinientas en una tarde y estar luego al cierre del
supermercado del barrio, espera en la esquina a que saquen las cajas con los
restos del día, algún tomate, fruta un poco podrida, un huevo roto, siempre encuentra
algo sobrante que llevar para casa. Tato
espera y cuida al niño, Merche lleva una papelina, algún boliche. Él está ansioso, temiendo el mono, trajiste
el limón?, toma la cuchara y el mechero, búscame la vena, Merche, búscame la
vena...
Y allí se tumban
y se abandonan sobre el viejo colchón, en aquel viaje frío, el día que
oscurece, la penumbra una niebla espesa, la casa en silencio. Y el niño Tato, dónde está el niño, dónde
está el niño, Taaaato, Taaato, la ventana, qué hace abierta la ventana, el
niiiiñooo......
Merche desde
lo del niño está muy rara, más flaca y con los ojos saltones.
Tato parece
envejecido, sombrío.
Los domingos
a media mañana compran juntos un ramo de claveles y bajan al cementerio. Andan con pasos medrosos, dolientes, como
arrastrando la carga de una pena honda.
Allí lloran juntos mientras limpian la tumba y colocan las flores. Luego se sientan sin decir nada, los cuerpos
colgantes, las miradas perdidas en la losa blanca. A la salida del cementerio comparten un coñac
barato en el auto-bar y enjugan sus lágrimas.
Un día,
mirando al cielo, Tato explotó en un llanto inconsolable. Señor, qué he hecho con mi vida, Señor, qué
he hecho, dónde he tenido yo la cabeza, Señor... soy un desgraciado, necesito
un boliche pa levantarme de la cama, y otro pa echarme a la calle, y otro
boliche pa buscar más boliches, y otro pa volver a mi casa, y hasta pa irme a
dormir, he desgraciado a mi familia, perdóname Señor, perdóname ma, perdóname
Merche, perdoooónameee...
Desde aquel
día dejaron de venir, y ya nadie cambió las flores secas, nadie arrancó las
malas hierbas que se fueron apoderando de la sepultura.
Tato está
ingresado en La Residencia, dicen que tiene sida, que se infectó en la
cárcel. Su madre lo acompaña, con
aquella fatalidad de siempre; ahora no se aparta de su lado mientras él se
apaga.
Y Merche ma,
dónde está Merche... quédate aquí conmigo hasta que se haga de día, porque ya
su sueño no era un descanso sino una agonía.
Dicen que
Merche está loca, camina tiesa como un palo, vagabundea, la vieron bajando por
el arcén de la autopista, con el pelo y la ropa descuidados, que no atiende a
razones, va como un animal perdido con una mirada extraña, que habla sola, y
que a veces estalla en una risa perturbada, que vive en la calle, merodea
papeleras, anda durante horas o se para otras tantas, que se sienta y no deja
de mover las piernas ni de fumar.
Merche, tan
niña, la melena al viento, los ojos como la mar, ardiendo en deseo, qué cosas
me haces Tato, y las risas, siempre las risas, los colegas, la placita, te
haces un canuto, Tato? qué pasa pibita,
quieres una calada? ja, ja, ja, ja...
La mar
oscura rumiaba en los muelles y la ciudad estaba cubierta por una nube
amarillenta, como de rescoldos candentes arrojados por la cercana refinería, un
cielo sucio atizado por los focos del carnaval.
Merche llegó
a la plaza con pasos menudos, con andar desordenado. Nadie sabe cómo pudo entrar al Casino, tal
vez el gentío del carnaval, la noche, los disfraces; se dirigió a la terraza y desde allí se lanzó
al vacío. Su cuerpo se rompió sobre la
acera.
Dicen que la
oyeron reír mientras caía, que su melena color miel se abrió en el aire y
parecía abrazar a alguien...
A donde tú
me lleves, Tato, a donde tú me lleves....