lunes, 12 de septiembre de 2016

COPLA LOCAL




Juana nunca supo de sus padres. Nació en los años treinta en unas medianías neblinosas y fruto de un amor prohibido. Repudiada y negociada con parientes capitalinos, medianeros de mucho oficio y poco beneficio que la criaron entre cabras, coles y trigales. Tuvo lonas siendo ya señorita y nunca fue a la escuela, pero se crió hermosa, fuerte y rebelde.

Un día huyó de eras y trigales, donde sufría el acoso calenturiento de su tío, que en una borrachera le robó la virginidad. Se fue a servir en casas de señores hasta que empezó a estremecerse con las miradas de los hombres.

Se cruzó en su camino un boxeador acabado al que  llamaban El Figura, un macho de estirpe bichado por la juerga, con la cara marcada, la nariz rota y un brillo febril en los ojos. Siempre llevaba las camisas remangadas sobre los biceps y el cuello alzado. El pelo de brillantina con un mechón caído en la frente y el gesto duro.

Seducida por su verbo canalla perdió la cabeza y se dejó arrastrar al trasnoche y al alcohol. Él le dijo que la mantendría, que dejara el trabajo, y así vivió un tiempo de ensueño. La llevaba a todos lados, conocía a todo el mundo. Tenía amigos extraños, llevaba y traía paquetes, y ella nunca preguntaba.

Por el día transitaban el gimnasio de Kid Tadeo en la barriada, donde él conservaba su vieja bata del ring y colgaba una foto suya con dedicatoria en pose defensiva y con los puños cubiertos con vendas. Llegaba El Figura y se convertía en protagonista, con su vozarrón y sus bromas, con su estilo arrogante y sus dientes de oro. Alguna que otra vez entrenaba y a ella le gustaba verlo, su cuerpo de peso pesado, su pegada, uno, dos, uno, dos... el chasquido de los guantes golpeando el saco, al final se quedaba sin aire, agotado pero fanfarrón frente a ella, frente a todos; o hacía una pelea a tres asaltos con alguno de los chicos mientras el entrenador le advertía, sal de cuerdas, cúbrete, esa derecha, juégale, juégale... y aún reventado no se rendía. Luego  invitaba a los muchachos a una ronda en el bar de Candito, conversaban, recordaban viejos tiempos, los triunfos por k.o., las peleas robadas... En ocasiones aparecía un viejo promotor de peleas, un tipo siempre sudoroso y de poco fiar, que también transitaba el gimnasio para  calibrar a los chicos que empezaban; hombre Figura, qué es de tu vida?...toma un par de entradas, tengo unos chavales que pelean el sábado en la Plaza Toros, buenos fajadores, boxeo garantizado, ya verás... Tuvo una carrera corta porque en realidad nunca amó el boxeo, más bien le gustaba presumir en las barras de los bares, y le perdían los vicios.

Por las noches se iban de Salas de Fiesta y Cabarets, terminaban en Valle Tabares, en la Caracola, en el Nina´s, o bajaban al Copacabana,... fumaban, chupaban güisqui, compartían conversación y risotadas con sus amigos, o se metían en algún garito de juego clandestino donde a dados y cartas agotaban la noche y el dinero. Y Juana, a la que gustaban tanto los hombres, disfrutaba, se dejaba seducir, jugaba con ellos, coqueteaba sin maldad. Cuando llegaban a casa él empezaba a estar brusco, se metía con ella, descargaba unos golpes en un saco que colgaba en el salón y hacía unas respiraciones violentas que parecían aliviarle.

Y una de esas noches, Arencibia el Peninsular, un policía retirado buen conocedor de los bajos fondos y dueño del Nina´s, le propuso un traspaso. Figura,  por ser para ti te hago unas buenas condiciones por el local. Me retiro pero sabes que puedes contar con mi ayuda, tengo muchos amigos que te interesan.

Y se  lanzaron al negocio de las madrugadas, güisqui de garrafón, chicas haciendo playback y striptease con clientela variada, amigos, tipos viciosos, señoritos mujeriegos... y viejos policías de la Social. Los amigos del Peninsular terminaron siendo amigos del Figura, y los policías le hacían sus encargos y él les reclutaba chivatos, mujeres o lo que se ofreciera, ustedes a mandar que para eso estamos.

El dinero entraba y salía con la misma facilidad, no había control. Juana acompañaba en silencio los trapicheos del Figura, que tenía cada vez más reacciones bruscas, violentas.  Un día le propuso actuar, venga, apréndete un par de canciones de esas que tanto te gustan. Y Juana se animaba con unos tragos de más que él le daba, y actuó, cantó sus coplas, Tatuaje, Ojos verdes, La bien pagá ... y terminó haciendo striptease a petición de él.

En una ocasión un tipo se encaprichó de Juana. Ella coqueteó complacida pero no pasó de ahí. El Figura lo vio y esa noche al llegar a casa le dio una paliza. Terminó de despertar de aquel tiempo de ensueño con el sabor de su propia sangre, usada como un saco por aquel matón que descargaba su mala leche y su frustración sobre ella.

Las cosas empezaron a marchar mal, bebían sin medida,  El Figura gastaba más de lo que ganaba, presumía de amistades, vivía en una farra permanente. Terminó por obligar a Juana a acostarse con tipos para cobrar él los servicios, y ella accedió sin saber porqué, por miedo, por amor... pero ni aún así ganaba para sus vicios... y seguían los golpes. Alguna noche apareció en el cabaret con un labio partido, o las gafas negras que ocultaban un morado en sus ojos.

Una mañana empeñaron el reloj para poder desayunar. Habían perdido el Nina´s y compraron una botella de güisqui para olvidarlo.

Juana quiso huir de la fiereza de sus puños, pero si no la encontraba él era ella quien lo buscaba. No sabían vivir el uno sin el otro. Muchas veces imploré arrodillada a sus pies mientras él se reía, tantas como yo me reí de él al verlo de rodillas implorándome.

En una ocasión mientras bebían en un bar un antiguo cliente reconoció a Juana, se le acercó y acariciándole el pelo le dijo, hola bonita, te acuerdas de mí?, de lo bien que lo pasamos?. El Figura reaccionó con violencia, lo desfiguró a golpes y le partió una botella en la cabeza. No llegó vivo al hospital.

Esa misma madrugada sus amigos policías lo embarcaron en un petrolero rumbo a sudamérica,   lo alejaron de estas tierras y de Juana sin tiempo de despedirse.

A pesar de todo ella no podía vivir sin él,  me hizo mujer, dice libre de nostalgia, despertó algo en mí que no murió con sus golpes ni con su marcha. Aunque le quemaban los recuerdos, nadie la vio llorar desde entonces.

Buscó alivio en las copas, en la noche, y su belleza desamparada encontró un papel de querida en la mala película de un siniestro personaje que la quiso enterrar en vida y le arrancó de sus entrañas con un clavo oxidado el fruto indecente de aquel amor.

De este también huyó, pero los hombres seguían siendo su perdición, y ya no sabía vivir de otra manera. Adoptó un nombre de guerra. Volvió al cabaret como Yeni y cantó por no llorar, y se desnudó para ellos, pero no quiso ser de uno ni de otro, sino de todos.

Fue experta en marineros y alguno arrebatado de amor se la quiso llevar a América. Cuántos besos di a la sombra de la Marquesina,  a cuántos hombres llamé por su nombre. A todos pregunté, y me decían que lo vieron, en Barranquilla, en Maracaibo, en Veracruz,  tanto tiempo esperé una carta que nunca llegó...

Cuántos años han pasado y hoy como siempre sobrevive, en su pisito de barriada con olor a armario cerrado, al calor de las voces cercanas, en un santuario de flores de plástico y muebles de formica. Tapetes bordados cubren los cabezales de los sillones y una gigantesca muñeca vestida de faralaes ocupa el centro del sofá, inmóvil en su trono, con su pelo negro trenzado cubierto de polvo, fantasmática y muda presencia de mirada momificada en el televisor. Un amontonamiento de jaulas con varias docenas de periquitos abarrotan el pequeño patio interior; ese revuelo de piadas y aleteos habita la casa y ahuyenta su desamparo.

Su pelo coqueto, aún rubio del frasco, seduce la luz del atardecer. Las putas ya no son lo que eran, dice sonriendo con picardía su boca repintada. Y por un momento su mirada acuosa parece perderse en un distante pasado, como si él aún viviera en sus ojos.

No le atemoriza su ocaso, ni la presencia del cura de la barriada con su piadoso paternalismo o sus intimidantes infiernos. Que estás a tiempo Juana, que Dios no dice que no a un arrepentimiento de corazón.
Ella lo mira de refilón y arqueando la ceja suelta su lengua descarada y fogosa, tallada en los filos que caminó. No me joda Don Manuel, y lanza una carcajada, con su risa cavernosa, abierta, desafiante, mientras saborea su cigarrito del día, el que su médico no le permite.

Vive muriendo,  pero se levanta cada mañana, se arregla, se pinta y se rocía con su agua de colonia. Sale a la calle digna y erguida a comprar su pan, sus cosas de la venta. Saluda a sus vecinos y no cuenta penas.

Y morirá, una de estas noches desapacibles y malditas. Le aguardará una tumba sin versos ni epitafios, sólo un nombre y una fecha, el tiempo de una vida.

Enérgica en su ajada hermosura, lúcida y sabia  recorre un abrupto paisaje de recuerdos plenos de vida, de niña sola, de mujer sola. Bella y pícara flor, en su valiente soledad atisbando la muerte.





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