lunes, 12 de septiembre de 2016

CLÁSICOS VECINOS




En un ritual solitario, Marcelo se asomaba cada noche al pequeño balcón del patio interior del edificio, miraba primero al cielo, un rectángulo en el que lucían escasas estrellas, y que sentía inquietante en su profunda oscuridad, y luego a los demás balcones, pequeñas celdillas de luz cenicienta que daban al mismo patio, habitadas por soledades vecinas, desprotegidas tal vez bajo la misma oscuridad, bajo las mismas escasas estrellas que van y vienen arrastradas por una misteriosa corriente gravitatoria.

Observó con sorpresa que el 5º F había sido ocupado de nuevo, apenas unas semanas después del suicidio de su inquilina, y sintió un profundo estremecimiento, tristeza.  Luego se recogió en su salón, un pequeño habitáculo de paredes blancas que hacía de pasillo entre la cocina y el diminuto balcón, y que estaba ocupado por un equipo de música y muchos discos sobre la misma mesa esquinera, un sofá de escay rojo de dos plazas, un televisor 14” sobre un mueble modular y una estufa eléctrica cuyo cable de enchufe culebreaba por el suelo, aparcada junto a una maceta de barro con una planta seca.  Una lámpara de mimbre situada a media altura iluminaba escasamente la estancia.  Sobre el sofá, como una presencia fantasmal, un estuche conteniendo el violonchelo, su instrumento de trabajo. 

Desde el sofá distinguía su figura en el espejo de la pantalla apagada del televisor. Apreció claramente su obesidad,  se fijó en su cabeza y se atusó el pelo con amaneramiento, intentando disimular una calva avanzada.  Experimentó esa lucha interior ya conocida ente su lado amable y su lado destructivo, una lucha interminable de la que huyó con un profundo suspiro.  Luego encendió el televisor, la radio, todas las luces de la casa sin saber porqué.  Tal vez trataba de espantar la soledad.

Hacía poco tiempo que compartía pared con un nuevo vecino, también solo y cuarentón como él, moreno de pelo negro erizado, de ojos profundos, guapo, muy guapo.  Aún no le conocía, en fin, su timidez, cómo le costaba ser sociable, aunque se habían saludado en una coincidencia de escalera con un correcto buenos días, parecía tan serio.  Le avergonzaba incluso mirarle directamente a la cara al cruzarse, aunque le excitaba la posibilidad de coincidir con él en el ascensor.  Sospechaba que también entendía.

Una compañera de orquesta lo veía algo más excitado de lo habitual; no paraba de observarlo.  Por supuesto no le contó nada, era una cotilla.

Porque aquella relación que vivía en secreto se estaba convirtiendo en un juego que anhelaba, que le llevaba a casa cada día con más ganas.  Aún sin conocerse ya compartían cosas, a veces en los silencios, los olores, las músicas, sí, había como un diálogo de los sentidos, y era intencionado, estaba seguro de que era intencionado, y facilitado por la estrechez del tabique del salón, ese que al mismo tiempo les separaba y les unía, como un puente.

Ahora mismo sé que está aquí, a mi lado, apoyado en este muro, lo siento, en ese silencio recogido... una tarde le puse una ópera, Madame Butterfly, sí, atrevida, lo sé, pero estaba tan excitado... Me respondió con un silencio respetuoso y atento, y después con una hermosa pieza de piano desconocida, dulce, intrigante, sí, quería intrigarme, me apoyé en la pared con los ojos cerrados y lo sentí, tal vez estuvimos espalda contra espalda... Fue una noche intensa que culminó con un intercambio de olores. A través de los balcones se colaron  las frugales cenas que precedieron al sueño.

Marcelo era un ser frágil y soñador.  Encontró aliento en aquel juego, tanto que incluso pareció aumentar el número de estrellas y la intensidad de su brillo en esa porción de cielo que seguía contemplando cada noche. 

Compró nuevos discos, nuevas músicas que atravesaran la limitada separación vecinal y como mensajes certeros llegaran a los oídos deseados.  Vivía atento, muy atento a las señales que interpretaba como respuestas a sus llamadas melódicas.

Hace pocos días lo sentí triste, no llegaban ecos de su vida vecina hasta mis sentidos.  Me preocupé.  Recuerdo que mi madre me llamó, había olvidado su cumpleaños.  Me invitaba a merendar,  inventé una excusa.  Ella aprovechó para contarme un nuevo capítulo de la vida de su loro.  No la soporto, me saca de quicio todo ese amor que le pone al loro.  A mí siempre me trató como a un animal y ahora tiene un loro al que trata como a un hijo, Dios.
En fin, pero volvamos a él.  Se me ocurrió brindarle unos Allegros Vivaces sin obtener respuesta.  Pegué mis oídos a las paredes compartidas esperando alguna señal, un llanto ahogado, algo. Al llegar la noche le ofrecí el Adagio, y supe de su triste abandono al ver que se fue a la cama sin una señal, sin una luz, tal vez incómodo por mi insistencia.  Puede que de verdad quisiera estar solo.  Esa noche no pude dormir, me moría de ganas de tocar a su puerta, de ofrecerle mi ayuda, de ofrecerme a mí mismo...

El último domingo ya fue verano.  Madrugué, fui al mercado, traje flores, vino, quesos... El sol lució espléndido desde muy temprano, y mientras hacía mis cosas de casa le brindé la alegría de las Estaciones y Vivaldi me puso barroco. 
Coloqué un precioso mantel en la mesita del balcón con un ramo de flores, luego inundé mi espacio con el aroma de un incienso fresco, hice un té oloroso, lo dejé reposar en la ventana y puse afuera una taza para él; prudente me senté cerca.
Él lo percibió y abrió su balcón al mío.  Tomé mi té mientras lo sentía muy cerca.  Luego, resguardado en mis cortinas lo vi recoger una enorme toalla de playa e introducirla en un bolso; ¿se va?, no importa, lo esperaré, le brindaré una cena fresca, algo ligero, especial, sé que vendrá hambriento y cansado...Buscaré una ópera tierna, Puccini tal vez...pero...qué suena ahora? ... esa caja... no es posible, entonces no se va... es el Bolero, me ha puesto el Bolero de Ravel...quiere estar conmigo...Dios mío, no lo puedo creer, el Bolero, in crescendo, esa erección, qué provocador, entiende, está claro que entiende, Dios, qué me pongo, esta camiseta, a ver, no huele, no, no me queda bien, mi pantalón corto, dónde está mi pantalón corto... voy a su puerta, sí, voy a su puerta, espera, espera guapísimo que voy...

- Sí?
- Bueno, soy tu vecino...
- Querías algo?
- He escuchado tu música y... bueno, pues...como es domingo y con este día tan bueno...pues...
- Mira, no te entiendo, te pasas la vida con tu música a todas horas y se te ocurre venir a quejarte de la mía?
- No, si no es eso... es que...
- Bueno, disculpa pero es que tengo mucha prisa.
-  Sí, sí, claro, yo es que...

Me ha cerrado la puerta...me ha cerrado...pero entonces el Bolero, no...no era...


Hace días que me he encerrado en casa, me siento una basura, soy una basura, no quiero escuchar nada ni ver a nadie... pero hay tanto silencio... No quiero asomarme al balcón... esas soledades... ese cielo... Este tabique me aplasta... no lo soporto más... Tengo miedo, mucho miedo...



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